El viñedo que posee Alvear y el que controla mediante acuerdos de largo plazo con viticultores de la zona es su principal patrimonio, es el secreto a voces a que da lugar sus excepcionales vinos y con el que la bodega salvaguarda la calidad en cada cosecha.
La mayor parte del viñedo se encuentra en la Sierra de Montilla, 1000 hectáreas de viñedo consideradas por la Denominación de origen Montilla Moriles como Calidad Superior, el grand-cru del viñedo montillano en donde se encuentra los viñedos parcelarios de Alvear.
Una de las grandezas de los vinos de Montilla Moriles es que el terroir en los vinos es múltiple. Cada parcela la levadura es peculiar. La flor es otro signo de terroir y por supuesto las personas, que trabajan el viñedo, el trasiego y su elaboración hacen que cada vino de Montilla Moriles sean únicos.
Recientemente gracias a la gentileza de Fernando Gimenez Alvear hemos tenido la oportunidad de disfrutar del poderío y grandeza de la Pedro Ximenez. Una uva de interior. De piel fina, que permite , que la acción del hombre pueda “moldearla”. Para eso, bodegas Alvear cuenta con la maestría de su enólogo Bernardo Lucena.
Fino Capataz justo en la frontera, que separa los finos viejos de los amontillados más jóvenes es junto al Fino CB las propuestas más acertadas para disfrutarlos durante un almuerzo. El Fino Capataz es un vino de orgullo, que todo buen aficionado sabría interpretar a la perfección. Para mi una de las grandes propuestas de Bodegas Alvear para un consumo frecuente.
Entre fino y amontillado Criadera A expresa carácter y mineralidad perfecto para el aperitivo de la mañana y de la tarde.
Amontillado Carlos VII. Un fino muy viejo de más de 20 años. Este es sin duda alguna un vino de “pañuelo” y que, imprime distinción y nobleza a los vinos montillanos.
Terminamos esta cata con el Amontillado Solera Fundación, que procede de las soleras más antiguas de la familia Alvear, que ha pasado por una etapa prolongada de envejecimiento bajo velo flor y que posteriormente ha sido completada durante décadas con un envejecimiento de carácter oxidativo en botas viejas de roble americano.
Un vino, que nos recuerda a un brandy, pero cuya evolución nos ha sorprendido por su nobleza y franqueza. Tal vez, la propuesta más acertada en los atardeceres de cualquier parte del mundo, pero imprescindible con una compañía.
Una cata que nos ha acercado un poco más al cielo, pero siempre con los pies asentados en la albariza, que solo lo saben hacer bodegas de arraigo familiar y con mucho compromiso con su tierra.
R.G.Q.